Desperdicio de alimentos: cuando los niños educan a los padres
- Business Science Institute
- hace 4 días
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(Artículo publicado originalmente el 23 de enero de 2025 en el sitio web The Conversation France)


Profesora
IUT Sceaux, Universidad Paris-Saclay

Profesora asociada
IUT Sceaux, Universidad Paris-Saclay

Profesora
IUT Sceaux, Universidad Paris-Saclay
«La verdad es que nunca había pensado en ello: desperdiciar, no desperdiciar... Nunca me había planteado la cuestión hasta que mis hijos me lo comentaron». Jacques tiene 42 años y lo admite sin rodeos: en lo que respecta a la lucha contra el desperdicio alimentario, en su casa son sus dos hijos adolescentes, de 14 y 15 años, los más escrupulosos. Un contraste dentro de un mismo hogar que no es ni raro ni insignificante.
De los 9,4 millones de toneladas de residuos producidos en toda la cadena alimentaria francesa en 2022, un tercio corresponde a la fase de consumo (fase en la que los alimentos son utilizados o consumidos por los hogares): cada francés desperdiciaría una media de 30 kg de alimentos al año, de los cuales 7 kg seguirían estando envasados.
Se trata de una tendencia claramente desfavorable, aunque la evolución del desperdicio alimentario no es fácil de medir en los hogares. Uno de los objetivos de la ley contra el desperdicio para una economía circular (AGEC), que pretende reducir en un 15 % los residuos domésticos por habitante para 2030, parece muy ambicioso. No obstante, es urgente actuar sobre este problema, que en realidad es controlable, al menos en parte.
Numerosas iniciativas territoriales, locales (escolares) o nacionales muestran hoy en día una toma de conciencia colectiva. Como último eslabón de la cadena del desperdicio, la familia sigue siendo un actor importante que hay que movilizar en la lucha contra el desperdicio.
Sin embargo, dentro de un mismo hogar, los diferentes miembros pueden a veces divergir en sus acciones y voluntades, e influirse mutuamente.
¿Cómo? Eso es lo que hemos tratado de averiguar a través de un estudio inédito en el que se ha encuestado a miembros de 48 familias francesas de diversa composición, procedentes de zonas rurales, urbanas y periurbanas y de diversas categorías socioprofesionales. Las 79 entrevistas individuales (33 a adultos y 46 a jóvenes a partir de la escuela primaria) nos han permitido aclarar varios aspectos.
¡Los niños también educan a sus padres! El desperdicio alimentario, un reto de socialización inversa
En torno a las prácticas relacionadas con el desperdicio alimentario se observan dos formas de socialización dentro de las familias: en primer lugar, una socialización clásica descendente, en la que los padres transmiten sus valores y prácticas a sus hijos.
«A veces mi hijo no se termina el plato y, por lo general, los restos acaban en la basura después de regañarle». (Célestine, 44 años, madre soltera de un niño de 10 años).
También observamos una nueva forma de socialización, denominada inversa, en la que son los niños, aunque de forma desigual y heterogénea, los que influyen en el comportamiento de sus padres. Adam, de 12 años, cuenta cómo compartió con sus padres lo que aprendió en clase de ciencias naturales.
«Por ejemplo, hablé con mis padres sobre lo que se recicla, lo que se puede comer aunque esté agujereado o estropeado. Mis padres también descubrieron cosas con mi clase, por ejemplo, que los tomates se pueden comer».
Jacques, de 42 años, padre de dos adolescentes de 14 y 15 años, se alegra incluso de ello:
«En realidad, pasa por educar a los niños pequeños en la escuela, enseñarles lo que hay que hacer para proteger el planeta. […] Me alegro de que la escuela haga esto. Yo mismo quizá acabe preocupándome por ello».
El desperdicio alimentario no es fácil de medir en un hogar
Nuestro estudio también identifica tres enfoques frente al desperdicio de alimentos en las familias. Alrededor del 40 % de los padres adoptan un «modo» controlado, en el que se minimiza el desperdicio y se regula principalmente por razones económicas. Casi el 35 % de las familias optan por un enfoque explicado, que implica activamente a los niños y a los padres en la reducción de residuos por motivos más bien ecológicos y educativos. Por último, alrededor del 25 % de las familias muestran un enfoque ignorado, en el que el desperdicio de alimentos rara vez se aborda, a menudo por desinterés o falta de concienciación. Estos comportamientos pueden estar motivados por diversas razones (preocupaciones económicas, ecológicas o sociales).
Un enfoque regulado del desperdicio
En algunas familias, el desperdicio de alimentos se regula mediante una gestión estricta de las comidas, en la que se planifica cuidadosamente cada detalle.
Aquí no se trata de dejar los platos medio vacíos: las cantidades se calculan en función de las necesidades y el apetito de cada uno, con el objetivo claro de no tirar nada. Aunque el desperdicio no siempre se aborda directamente, está bajo el control de los padres, más a menudo dictado por preocupaciones económicas que por consideraciones ecológicas: «No hay nada glorioso en desperdiciar comida.
Así que no es nada complicado, cuando cocino, pienso en las cantidades, sirvo según la edad y el apetito de los niños, ¡los conozco! Tenemos pocos ingresos, así que no vamos a duplicar el desperdicio. Basta con dar la cantidad adecuada. Si veo que es muy poco, cocinaré más la próxima vez. Para mí, el éxito es planificar bien, después ya se puede hablar, pero primero hay que gestionar, es nuestro papel como padres». (Moussa, 30 años, casado, padre de un adolescente de 13 años).
Esta rigurosidad educativa también marca a los niños, que aprenden a ajustar sus propios comportamientos. Como cuenta Tom, de 10 años:
«Bueno, las comidas van bien. Comemos bien. Nos quedamos en la mesa. Podemos pedirle a mamá, bueno, o a papá, pero dejamos el plato vacío, sin nada. Tengo que tener cuidado porque, si no me gusta, tengo que terminarlo igual. Así que suelo elegir menos y luego puedo repetir si me apetece».
Una explicación del enfoque sobre el desperdicio
En algunas familias, reducir el desperdicio alimentario se convierte en un proyecto colectivo en el que participan todos los miembros: las discusiones sobre las cantidades, la elección de las comidas y la sensibilización mutua marcan el ritmo de la vida cotidiana. Los jóvenes participan activamente y aprenden gestos sencillos para limitar las pérdidas, como explica Clara, de 14 años:
«Mi madre me ha enseñado a medir el arroz o la pasta para hacer la cantidad justa. Si estoy sola a la hora de comer, sé cómo medirlo con la olla arrocera. Así se tira menos y estoy contenta».
Los propios padres adoptan una postura de aprendizaje, sobre todo a través de la influencia de los niños o de iniciativas escolares:
«Las actividades educativas y los espectáculos organizados por la escuela el año pasado trataban sobre el planeta. El espectáculo se llamaba La Famille Poubelle (La familia basura). Todos los decorados estaban hechos con materiales reciclados, los niños me enseñaron la canción «La pollution, ce n'est pas bon» (La contaminación no es buena), que todos debemos tener cuidado [...] Más tarde, vimos el vídeo en casa y eso nos permitió hablar sobre ello». [El desperdicio] debe aprenderse en la escuela e inculcarse a los más jóvenes, que son el futuro», afirma Alexia, de 34 años, casada y con un hijo de 9 años.
Este enfoque horizontal favorece la transmisión recíproca y fomenta el compromiso dentro de las parejas.
Un enfoque ignorado del desperdicio
En otros hogares, el desperdicio de alimentos sigue siendo un tema que rara vez se aborda. Los padres pueden sentir que la gestión de los residuos alimentarios es una obligación o una pérdida de libertad. Para Raphael, de 29 años y padre de dos niños pequeños de 3 y 7 años, la multiplicación de las normas puede llegar a ser molesta:
«Están todo el rato armando jaleo. "Hay que tirar eso ahí... ¡No, ahí no!». Sinceramente, no me interesa».
Los niños y adolescentes, aunque a veces participan, perciben un cierto desinterés de los padres por estas cuestiones. Marine, de 15 años, lo cuenta:
«Cuando como y no termino, mi madre no me pide necesariamente que me termine el plato. Casi le molesta hablar de ello».
En estas familias, el discurso público se percibe a menudo como culpabilizador o desconectado de su realidad.
¿Familias resistentes a las imposiciones?
Algunas familias, aproximadamente una cuarta parte de nuestra muestra, calificadas de «resistentes», rechazan las imposiciones institucionales en torno a la lucha contra el desperdicio. Denuncian una presión excesiva y un discurso culpabilizador. Fabienne, de 54 años, madre de dos adolescentes de 12 y 15 años, critica lo que percibe como una transferencia de responsabilidades:
«Si el Estado se implicara un poco más en la sobreproducción, la gente prestaría más atención».
Para otras, como Loubna, de 21 años, los esfuerzos realizados se consideran inútiles en una sociedad en la que el consumo excesivo sigue siendo omnipresente:
«Consumimos demasiados productos acabados que no aportan ningún nutriente. No es la publicidad ni el ruido lo que va a cambiar las cosas, sino una reflexión individual».
Estos tres enfoques ilustran la diversidad de dinámicas familiares frente al desperdicio alimentario, entre la colaboración activa, la indiferencia asumida y el rechazo de las normas impuestas. Una reflexión que revela hasta qué punto este tema sigue siendo un reto social, más allá de las fronteras familiares.
Cinco palancas para reducir el desperdicio alimentario en familia
Reducir el desperdicio alimentario en las familias requiere, en cualquier caso, medidas concretas y específicas. A continuación, proponemos cinco vías para movilizar a todos los actores:
Aprovechar las influencias sociales. La lucha contra el desperdicio es colectiva. Movilicemos a las familias con herramientas prácticas: juegos educativos, batch cooking (método de cocina casera basado en la preparación de una sola tanda (batch) de diferentes platos que se consumirán en los días siguientes) o proyectos colaborativos en el ámbito escolar, como álbumes de fotos de comidas sin desperdicio.
Cambiar los hábitos. Simplificar las acciones cotidianas: nudges, aplicaciones de intercambio de alimentos, talleres con socios locales (granjas, cooperativas). Las escuelas pueden ser un canal clave para transmitir estas prácticas.
Motivar a todos. Estimular el compromiso mediante gratificaciones sociales o económicas: concursos de comidas contra el desperdicio, retos escolares o actividades comunitarias refuerzan la motivación individual y colectiva.
Crear emociones positivas. Valorar los gestos contra el desperdicio con comunicaciones lúdicas y que no culpabilicen, para asociar el placer con la acción sostenible.
Concretar los impactos. Mostrar los resultados de los esfuerzos: visitas a fábricas de reciclaje, comunicación de los ahorros conseguidos o distribuciones solidarias de alimentos dan sentido a las iniciativas.
Cada acción cuenta. Implicar a las familias, con el apoyo de las escuelas y los territorios, es esencial para transformar los comportamientos de forma duradera.
Descubra la entrevista a Amélie Clauzel en el programa IQSOG - Fenêtres Ouvertes sur la Gestion con Xerfi Canal.