De redes a rizomas
- Business Science Institute

- 10 sept
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 sept

Jean-Philippe DENIS*
Profesor
Universidad Paris-Saclay
RITM, IQSOG
*Director del Executive DBA Paris-Saclay / Business Science Institute
El concepto de «red» ha prosperado en la literatura científica sobre gestión porque transmite seguridad. Promete un diseño del mundo compuesto por nodos y vínculos, un mapa en el que se identifican los centros, se cuentan las conexiones y se cree medir la fuerza en función de la visibilidad. Esta imagen se adapta tanto a los organigramas fluidificados como a las plataformas de intermediación: habla de circulación, sugiere cooperación y acaba pudiendo pensarse en términos de gobernanza (Castells, 2010).
Pero la red, al hacer visible el vínculo, expone a quienes lo mantienen. Supone un reconocimiento mutuo y una lealtad declarada. Crea dependencias recíprocas y efectos de escaparate. Se acaba confundiendo el mapa con el territorio, la densidad de las líneas con el poder efectivo. Es aquí donde la oposición de Deleuze y Guattari (1972, 1980) a la figura del árbol recupera su alcance: existe otra lógica para pensar la acción colectiva.
Por qué ha dominado la red
La red se ha impuesto porque es medible. Convierte las relaciones en datos, las proximidades en métricas, las interacciones en indicadores. Las ciencias sociales han encontrado en ella una gramática operativa; las empresas, un lenguaje común entre investigadores, responsables políticos e ingenieros. La promesa era sencilla: describir las estructuras, optimizar los flujos, identificar los puntos de paso. En la era de los gráficos calculables, la visualización sirvió como prueba y la prueba como protocolo.
La red se impuso también porque es gobernable. Permite políticas de hub, de intermediación, de puesta en relación. Valora los puentes entre mundos, el acceso a los agujeros estructurales, la fuerza de los vínculos débiles. Proporciona a las direcciones una herramienta para actuar sin reescribir las instituciones: se reorganizan los flujos, se recompensa a los intermediarios, se estimula a las comunidades. La cartografía se convierte en una técnica de intervención.
Por último, la red ha prosperado porque cuenta una historia seductora. Ni pura jerarquía, ni pura anarquía: una forma intermedia que promete fluidez sin ruptura. En apariencia, todo el mundo gana: más conexiones, más ideas, más oportunidades. El relato es poderoso, y lo ha sido tanto más cuanto que encajaba con los imaginarios digitales.
Los límites de la cartografía en red
El primer límite tiene que ver con la performatividad de las imágenes. Al buscar la centralidad, se sobreexpone lo que debería permanecer discreto. Los centros se convierten en puntos de ataque tanto como en recursos. La solidez real depende menos del número de enlaces que de la calidad de las conexiones, las interfaces y los umbrales. Sin embargo, estos elementos exceden la métrica.
La segunda limitación tiene que ver con la confusión entre circulación y poder. El hecho de conectar no agota el arte de componer. La obsesión por el vínculo hace olvidar la disposición: lo que permite que elementos heterogéneos se mantengan unidos sin absorberse. Una conexión no es un uso; un gráfico no es una práctica. Sin trabajo de interfaz, los vínculos se suman sin transformarse.
La tercera limitación tiene que ver con el coste político de la visibilidad. Una red bien cartografiada es una red gobernable, por lo tanto, capturable. A medida que la arquitectura se vuelve legible, se vuelve apropiable por parte de actores capaces de imponer sus intereses. La exigencia de exposición se vuelve entonces en contra de la libertad de actuar.
Pensar y actuar en rizomas
El rizoma no se añade a la red: desplaza el plano. Ni raíz única, ni vértice, ni centro. Una multiplicidad que se compone de vecindades y repeticiones. Aquí, lo que cuenta no es el tamaño de los nodos, sino la calidad de las conexiones. La disposición se convierte en la noción decisiva: un conjunto heterogéneo que «funciona» porque funciona. Se traza el mapa a medida que se avanza; se conecta lo que no se comunicaba; se trazan líneas de fuga y luego se estabilizan en usos. La fuerza pasa por las interfaces que convierten la producción en recepción, la memoria en acción, la intención en efecto.
Pensar en rizoma es preferir los pasajes a las posiciones. Se entra por un punto, se sale por otro, se vuelve de otra manera. Nada es fijo, todo es reversible, no por capricho, sino por método. Desterritorializar y reterritorializar: abandonar una forma, inventar otra, aceptar que a su vez se convierta en provisional. La estrategia deja de ser un arte del lugar para convertirse en una práctica de la composición. El cálculo se basa en umbrales y tempos, en conexiones más que en rangos.
Pensar en rizoma exige, en definitiva, disciplina. La discreción no es indeterminación. Una disposición que perdura no se mantiene por invocación, sino por cuidado. Indexar una memoria, precisar un formato, abrir un umbral, cerrar una puerta: tantos gestos de mantenimiento que escapan a los gráficos pero que deciden los efectos. Sabemos que una disposición ha sido importante cuando sigue funcionando sin necesidad de ser nombrada.
Referencias
Castells, M. (2010). The rise of the network society (2.ª ed.). Wiley-Blackwell. https://doi.org/10.1002/9781444319514
Deleuze, G., & Guattari F. (1972). L’Anti-Œdipe (Capitalisme et schizophrénie). Paris: Les éditions de Minuit. URL: https://www.leseditionsdeminuit.fr/livre-Capitalisme_et_schizophrénie_1___L’Anti_oedipe-2013-1-1-0-1.html
Deleuze, G., & Guattari F. (1980). Mille Plateaux (Capitalisme et schizophrénie 2). Paris: Les éditions de Minuit. URL: https://www.leseditionsdeminuit.fr/livre-Capitalisme_et_schizophrénie_2___Mille_plateaux-2015-1-1-0-1.html
Discover Professor Jean-Philippe Denis' publications:






